El relato "Confidencias"

Aquí iremos añadiendo los capítulos del relato, para que pueda hacerse una "lectura continuada" del mismo.
Y también a modo de índice ponemos los enlaces a las entradas que desarrollan el relato; allí podrán verse los elementos multimedia que acompañaban al texto.

TEXTO COMPLETO

I

Os voy a contar lo que soñé ayer, o al menos, creo que lo soñé.

Las imágenes eran sorprendentes. Me veía a mi mismo recogiendo un volante, o más bien lo que quedaba de él, de lo que parecía una terraza interior (me recordaba la que conocí en casa de mi abuela materna en España). Inmediatamente después arrojaba el citado volante, que ahora me pareció de esos que se usan en las consolas de juegos electrónicos, a un contenedor enorme en un lugar desolado...

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Los miércoles, nuestro protagonista entra tarde a trabajar, y decidíó llevar al "punto limpio" (así se llaman aquí, donde él vive, los lugares donde el ciudadano hace lo que la administración no hace aunque cobre por ello, lugares para reciclar), el volante roto y la piezas que guardaba del anterior.

Sujeto con un imán sobre la puerta del frigorífico, en casa, había vísto un vale descuento de una cadena de centros comerciales muy conocida y recordó, que allí, en la campaña de Navidad, disponía de varias unidades de su volante. Y pensó, que después de desacerse del antiguo, bien podría pasarse por allí.

Desde luego no había sido un éxito de ventas, porque estabamos en febrero y aún quedaban seis o siete volantes de su modelo a 49,noventa y pico euros, vamos 50, y con el descuento se quedaría en 47. Pero se quedó bloqueado, no convencido, como dudando...

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¿No os ha pasado nunca que cuando vais a un centro comercial, sin haberlo planeado, os quedais indecisos ante toda oferta u oportunidad?

Pues a mi sí. Pero nunca me había ocurrido en sueños...

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El caso es que se presentó, ante nuestro amigo, como por sorpresa, el siguiente argumento: "Si quisieras el volante lo habrías cogido y punto, directamente, como en las dos ocasiones anteriores. Si estás dudando es que no lo quieres".

Y se fue sin volante.

Tras la jornada de duro trabajo, por la noche, al llegar a casa, le contó a su mujer lo sucedido por la mañana. Y ella que de vez en cuando tiene ataques de autora cómica y actriz de vodevil, se lanza a su cuello, le abraza, le llena de besos, diciendo entrecortadamente, borracha de emoción: "Gracias a Dios!! Estás curado!! Has superado tu adicción!! Has resistido la tentación de comprar el volante!!

Su hijo menor, atónito, les miraba desconcertado...

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Me desperté (no os explicaré cómo y en qué vergonzante situación), tras la última impactante escena del sueño, en la que mi mujer se lanzaba sobre mi como si de una escena de "Instinto básico" se tratase. Hasta aquí perfecto, pero la escena me asfixió. Mi mujer no paraba de decir "estás curado", "estás curado", y mi hijo nos miraba con cara de no conocernos.

No se qué pensar...

II
 
El mensaje fue muy claro. En su familia no querían volver a sufrir sus adicciones. Si no podía controlar sus vicios, se imponía un abandono radical. Solo se puede dejar de fumar de una manera: no fumando ningún cigarrillo más. En su caso, incapaz de jugar competentemente sin volante, no tener uno, le obligaría a dejar su obsesión. Una segunda vez se enfrentó a la posibilidad de la compra. Como en esas escena en el que el fumador queda paralizado ante el paqute de tabaco, o mira absorto el recorrido insinuante, voluptuoso, del humo del cigarro de su acompañante. Pero, no pasó de ahí. Volvió a perder el tiempo, paralizado ante las cajas, que ya solo eran tres o cuatro.

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Otra noche casi en vela, intermitentemente interrumpido el sueño, empapado en sudor. Con la boca seca, sediento. Con pertinaz insistencia, una y otra vez, me veía en aquel centro comercial, donde solo se vendían volantes de juguete, o al menos yo no veía otra cosa. A veces me distraigo, o alcanzo el cansancio necesario delante del ordenador. Hoy en día toda actividad pública parece exigir la presencia en internet, y decidí echar un vistazo a las páginas que hablan de mi. Leer los comentarios de aficionados o seguidores de mi carrera, en la esperanza de que llegara el sopor y pudiera dormir tranquilo un rato. Pero fue lo contrario. Me desveló el comentario de una fan que reclamaba mi continuidad en la Fórmula 1, que exigía que no abandonara mi carrera de piloto, ante los insistentes rumores en los medios de mi final.

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Aquella mañana tenía buena pinta. El trabajo iba a ser llevadero. No había nada importante que resolver, lo rutinario nada más y, de vez en cuando, hace falta la rutina. Pero nada puede ser perfecto y en una de las idas y venidas por los pasillos le pareció verla. Su imagen de rubia peligrosa desentonaba entre la vulgaridad que es común entre la mayoría de las compañeras. Pero no se asemejaba a la "pinta estrafalaria" que lleva la otra minoría. La vió menos de un segundo, porque cuando quiso reparar, ya no estaba, como pasa en las películas. Sin embargo, su imagen se le había quedado grabada. En ella resaltaban las botas de caña alta, hasta más allá de la rodilla, enmarcando la fracción de pierna que la corta falda dejaba ver. Las botas estaban de moda, y eso le encantaba. Pasó el resto de la mañana buscándola, sin atender realmente a lo que debía hacer. Casi al final, cuando estaba recogiendo sus cosas de la mesa, frente a la puerta, apareció.

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Quise contactar. Responder a su mensaje. Pero me di cuanta de que no sabría qué decirle. Ni podía asegurar mi continuidad en el mundo de la velocidad, ni en el caso contrario, sabía cómo escusar mi deserción. Pero sus palabras me empujaban a que no pasara de esa noche. Me gritaban que dejara esta estúpida indecisión y finalmente optara por "el todo o nada".

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No pudo darse cuenta de cómo lo hizo, pero allí estaba agachada, tirando de la pernera de su pantalón, obligándole a parapetarse con ella tras la mesa. Con el gesto de silencio miró furtivamente hacia la puerta como indicando que de allí venía el peligro. Estaba claro que lo de rubia peligrosa no era un tópico. Algún lío estaba a punto de enmarañar a nuestro protagonista, pero él aún no podía darse cuenta. No había salido de su asombro, de la sorpresa, y no podía escapar del salto visual desde el escote hasta las rodillas y viceversa, que repetidamente realizaba su mirada. Tres desconocidos se plantaron bajo el marco de la puerta, y sin mucho estudiar la escena, decidieron que su perseguida había continuado pasillo al frente.

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Creo que las redes sociales, ese último invento para mantenernos frente a los ordenadores, son una solemne estupidez. Pero esta noche, una de esas redes, iba a ser el escenario de un nuevo punto de inflexión en mi vida. Y ya he perdido la cuenta. De los puntos de inflexión, quiero decir.

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Salieron furtivamente de la habitación. Cruzaron la entrada al edificio sin despedirse de las conserjes, que atónitas presenciaron como el siempre atento profesor de filosofía era arrastrado del brazo por la última interina llegada al instituto. Le llevó hasta su coche, el de él. Y salieron del aparcamiento al más puro estilo Starsky, pero en utilitario coreano.

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Allí estaba el mensaje, dejado en mi muro (¡qué ocurrentes son los diseñadores de sitios webs!):

"...no vayas a dejar aquello que da rienda suelta a tu creatividad y te desahoga y libera y evade. noooo, hazlo por todos nosotros. (...) Es la primera vez que te veo, que entro a mirar tu muro y me ha dado mucha alegria, y sobre todo me has hecho sonrreir. Hace mucho que no lo hago. Gracias. Bss".

Más que una fan parecía alguien de la familia. Pero lo más sorprendente era esa mención a la creatividad y a la liberación. No había oido nunca referirse al quehacer de un piloto como una actividad creativa. Quizá se refiriera a mi biógrafo. Me dispuse a contestar el comentario, con el firme propósito de aprovechar para acallar los rumores y confirmar mi presencia en el próximo campeonato. Pero algo me retenía. Y la luz tenue de una mañana, otra vez lluviosa, me anunció el nuevo día y apuntó en la cuenta otra noche en vela.

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El camino lo hicieron en silencio, hasta que ella le dijo que aparcara en una solitaria explanda, justo a la salida del casco urbano.

- Te has preguntado, y no has encontrado respuestas. Hay algo que no encaja en tu vida. Yo puedo ofrecerte lo que buscas.

Nuestro protagonista no estaba seguro de que buscara nada, pero si tenía claro lo que él imaginaba que ella podía ofrecerle. Una escena estupenda de cine de acción, donde el protagonista mezcla negocios y placer con la atormentada chica Bond de turno.

Ella continuó:

- Ésta será tu única y última oportunidad. Puedes escoger la seguridad de la actual certeza, yo me bajaré del coche y todo será como siempre ha sido. O bien puedes comprar el volante y ver la realidad.

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Ya es domingo. Suena el teléfono. Es mi jefe de ingenieros. Todo está a punto me dice. Y tengo la sensación de que alguien elije por mi.

Reparo en la pantalla del ordenador donde parpadea el cursor en la caja de texto:

"Si me lo pides así, ¿Cómo puedo negarme?".

Bahrein me espera.

III
 
Llego al hotel, tras la carrera, con un regusto amargo. Mis ingenieros me han jugado una mala pasada. El sobrecalentamiento de los frenos dio al traste con mis posibilidades, que tampoco eran muchas. Finalmente tuve que acabar la carrera de cualquier manera, sin ninguna posibilidad, pero acabándola. Mal habíamos empezado el campeonato 2010.

Pensé en conectarme a la Red y pedir disculpas a mis seguidores. Pero no estaba de humor. Quizá el cansancio de la carrera me ayudara a dormir, lo que sería una novedad. Así, curiosamente sin mucha espera, entré en ese duermevela previo al sueño.

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Debió parecerle eterno el espacio de tiempo hasta que contestó. Pero por otro lado, su gesto parecía decir lo contrario. Nuestro hombre pensó en preguntar, ¿qué tenía que ver el volante, o su hobby, con aquella locura que parecía haber comenzado? Pero decidió que le daba igual, porque lo que tenía claro es que no era una buena opción permitir que aquella escultural presencia bajara del coche, y se cumpliera su mal presagio "...y todo será como siempre ha sido". Los dos seguían mirándose dentro del coche, en silencio.

-¡De acuerdo!, acertó por fin a exclamar, veamos donde nos lleva esto.

Arrancó y se dirigió al centro comercial.

El resto del camino, la enigmática rubia, repitió de mil maneras posibles, que la decisión por muy firme que le pareciera a él, no sería realmente efectiva si no completaba la compra del volante. Él tenía claro que, en cualquier caso, aunque la promesa de resolución de todas sus dudas fuese un camelo, merecería la pena descubrir hasta donde podría llegar con la sorprendente compañera de instituto. Enfrentarse más tarde a su familia, justificando la compra del volante, y asegurándoles que la adicción estaba superada, ya sería otro tema. Pero parecía que, también en esto, valdría la pena el riesgo.

Aparcaron. Ella le dijo que no iba a entrar. Era más seguro que comprara el volante solo. Un gesto de absoluta indiferencia acompañó la salida del vehículo. A veces tanto misterio hace perder el interés del espectador, por un exceso de forzado suspense (la diferencia entre el primer Hitchcock y sus imitadores). Para nuestro protagonista su participación era en realidad como una visión objetiva de la propia vida. Es decir que se veía más como espectador de si que como protagonista. Por eso el gesto de indiferencia, y a la vez, dejarse llevar por los acontecimientos y las órdenes de su "rubia perfecta". Mientras llegaba a la sección de los juegos, donde hasta tres veces antes se había detenido frente a la "pila" de volantes, pensaba que esta aparente dicotomía o enajenación, en la que se actúa y a la vez se ve como se actúa, quedaría resuelta al efectuar finalmente la decisión, y comprar el volante. También pensó que había dejado sola en el coche a la rubia y las llaves puestas. Volvió sobre sus pasos, alarmado por la idea, pero se detuvo cuando pensó que era un poco exagerado el sofisticado sistema de su compañera para robarle el coche. Además era su compañera profesora; no iba a desaparecer de pronto con su coche. Sería muy fácil averiguar quien era, en el instituto, y a la policía seguir su pista, cuando la denunciara. Vuelta, de nuevo, sobre sus pasos, y, esta vez, riéndose de si mismo por lo peliculero que era.

La cajera pasó la tarjeta, espero unos instantes con la mano sobre la salida del papel, y seguidamente ofreció el ticket de compra para la firma. Mientras firmaba salió el duplicado, que intercambiaron, ticket firmado junto al bolígrafo por tarjeta y comprobante, con la habilidad de quienes llevan bailando esta danza toda la vida.

No sintió nada. La compra estaba hecha y, al contrario de lo prometido, "todo era como siembre había sido".

Salió del centro comercial, pero no pudo salir de su asombro. El coche no estaba. Corrió hacia la plaza vacía. Absurdo. ¿Qué iba a hacer ahora? Empezó a ponerse nervioso, no encontraba el móvil. A la vez tenía la esperanza de que ella apareciera con su coche (su de él, no de ella, pensaba; surrealista, se daba aclaraciones a si mismo, como si pensara con paréntesis). Dejó caer la caja del volante, y se restregó los ojos como queriendo escapar de una pesadilla. El mundo se desvanecía. Era como si hubiera una mala recepción de la señal. Los bordes de lo que alcanzaba la pista se pixelaban. Entre los límites de lo visible apareció su coche a toda velocidad.

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Exactamente igual que en las socorridas escenas de multitud de películas, violentamente me incorporé en la cama, sudando, agobiado aún por la visión de mis propios sueños. Tarda un poco en recuperar el ritmo normal mi corazón. Poco a poco reparo en lo que me rodea, recuperando la vigilia y el sentido común. Mi propia imagen en el espejo, frente a la cama completa el proceso de aterrizaje en la realidad. No me lo podía creer. Las pesadillas eran cada vez más fuertes y el desasosiego muy difícil de eliminar. Miré el reloj, y como suele suceder en tales casos, no había pasado ni una hora.

Me levanté y busqué algo que beber en el minibar. Volví a la cama para sentarme encendí un cigarrillo. Lo fumé con tranquilidad, esperando que junto al humo se disiparan los fantasmas del sueño. Cuando ya creí que estaba tranquilo, usé el cenicero, y volví a tumbarme con renovadas esperanzas. Esta vez sí que mis sueños fueron reparadores, o no soñé, o simplemente no me acuerdo.
Casi quince días después, olvidado ya el fiasco de los frenos en el desierto, tengo nuevas esperanzas puestas en Melbourne. El recuerdo del G.P. de Australia, el año pasado, me anima a completar el entrenamiento final, que fue muy provechoso. Todo estaba preparado y solo necesitaba un poco de "relax" antes de la batalla. Fui al "hospitality" de mi equipo y me senté en un cómodo sillón, de esos que tienen una consola con botones, pero que yo no uso, escarmentado como estoy con el mando a distancia de la televisión. Allí, a pesar de lo que sucedía en el exterior, y muy probablemente consecuencia de la tensión del último test al coche, quedé dormido.

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Un espacio vacío. Una luz blanca poderosísima. Una completa desorientación. Más mal que bien recordaba el coche viendo hacia él. Su propio coche. Y la idea de que al haber soltado la caja se habría "cargado" el volante. Pero le dolía la cabeza. Un dolor pulsante en las sienes y un zumbido constante en los oídos. Pero no veía nada. Estaba cegado. Angustia. El dolor en las sienes se incrementaba al ritmo de los latidos del corazón cada vez más rápidos. Quizá sintió que le tocaban los hombros y trató de girarse sobre si mismo, pero estaba inmovilizado. No podía tampoco volver la cabeza. Y ese dolor. Y el zumbido. Iba a volverse loco. Quería salir de allí, si es que estaba en algún sitio.

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¡Otra vez! No es que esto me pasara cada vez que dormía, pero ya estaba minando mi confianza la reiteración de la pesadilla. Aún quedaba tiempo para intentar descansar antes de que el G.P. de Australia 2010 cumpliera con su acto final. No cometería el mismo error, no trataría de volver a dormirme. La solución fue la televisión y una versión australiana de la ruleta de la fortuna.

Voy a salir del box para la vuelta de formación de la parrilla, y algo no va bien. El resto fue otro episodio para olvidar. En el G.P. de Australia no pude ni tomar la salida.

Hoy, el recuerdo de mi última pesadilla (no la carrera) no iba a dejarme dormir.